Cuando eres grande, no recuerdas mucho sobre tu infancia, pero viendo a nuestros hijos, nietos y sobrinos, tenemos una idea como pasamos nuestra infancia. Hemos observado que cuando eres bebé: lloras, tiemblas incluso haces berrinches.
Una mamá sabe distinguir cuando su bebé llora por enojo, tristeza, alegría o miedo.
Normalmente un bebé llora hasta cansarse o hasta satisfacer sus necesidades primarias. Llora para desahogar sus emociones, y este proceso funciona bien cuando eres pequeño.
¿Lo haz vivido en carne propia? ¿Tus hijos o con tus sobrinos?
Un niño pequeño, cuando se cae y se golpea llora amargamente, es un método de sobreviviencia y verás como dentro de un poco está jugando otra vez, ya que todo queda olvidado y puede continuar con su vida. Lo mismo pasa con sus berrinches funcionan de esta manera: mueven furiosamente sus manos y pies hasta pegarle a su mamá, y dentro de un ratito, al obtener la atención de mamá, se recupera, se estabiliza y vuelve a jugar como si nada hubiera ocurrido.
¿Qué pasa cuando crecen un poco?
Los adultos ya no estan dispuestos a que estos mismos comportamientos se sigan dando, se cansan del desahogo del niño; por lo que tiene que aprender a contener sus lágrimas, sus berrinches y sus temblores. Tiene que ser “grande”, tiene que comenzar a crecer y experimentar emociones sin el recurso de sus desahogos frecuentes. Así empieza los trastornos de la vida adulta.
Toda nuestra vida nos enseñan a que debemos reprimir nuestras emociones… y a la mayoria sino es que a todos los adultos nos toca volver aprender sobre el desahogo nuevamente cuando somos adultos. Llegamos a ser tan ansiosos, bravos, frustrados o deprimidos que nos enfrentamos en la situación de buscar ayuda profesional.
Y es con el psicólogo donde nuevamente tenemos la “autorización” y nos da permiso a sentir nuestros enojos prohibidos por tantos años y hablar al respecto. Nos da permiso de poder sentir, de desahogar nuestros temores y tristezas, que por años nos daba una sensación de vergüenza y prohibición. Aprendemos otra vez a manejar el desahogo con lo que nacimos.
Normalmente, al darnos permiso a desahogarnos en una forma saludable es un gran alivio. No solamente podemos desahogar las tristezas, los temores y los enojos de nuestra vida cotidiana, a la vez estamos desahogando los traumas, heridas y mensajes negativos de la niñez y adolescencia. En la vida adulta, necesitamos de más paciencia con nuestras emociones al momento de desahogárlas. Es un proceso tardado y no es tan rápido como en la infancia.
Alexander Lowen, un psicoanalista estadounidense, dijo sobre esta realidad:
Mira a un bebé. Cuando tiene hambre, se cae o golpea, se frustra, se siente solo, llora…amargamente, con sollozos. Como un mecanismo de autoconsuelo, cuando termina la situación del dolor deja de llora y regresa a su estado de paz y comienza nuevamente a jugar.
Durante la vida los bebés aprenden a no llorar. A través de las frases famosas “No lloras o te voy a dar una nalgada para que tengas un motivo porque llorar.” “Ya eres grande…dejas de llorar.” Hay otros insultos peores. Entonces cuando llegas a la edad adulta, los adultos ya no ven razones por que llorar o una forma “válida” para llorar.
La verdad es que cuando lloras con fuerzas, ganas y con sollozos libera el cuerpo de las tensiones, la mente se libera de todos esos pensamientos negativos y el corazón del dolor. No solamente libera la persona del estrés corriente, pero también tiene el poder de liberar la carga de tristeza y tensión de años. Los humanos fuimos creados así, nacimos con esta válvula de escape.
Entonces, podemos darnos permiso a llorar, solo o con otra persona. Vamos a sentir un gran alivio. Algunos tienen miedo de llorar porque piensan que nunca van a terminar las lágrimas. ¡Si, terminan! Se relaja el cuerpo, se despeja la mente, y se sana el corazón. ¡Lloremos con esperanza y valor! (Alexander Lowen, Ejercicios de Bioenergética, locación 495)
¿Cómo podemos aprender a desahogarnos otra vez?
El primer paso es darnos permiso. Esta bien llorar. Esto involucra anular las prohibiciones de los papás y abuelos, aprender a desobedecer sus mensajes no saludables.
Un paso muy importante es tener personas alrededor nuestro que nos permitan las lágrimas, temblores y berrinches. Ten presente que lo más importante es nuestro propio permiso y este es el que realmente cuesta darnos a menudo.
Algunas personas dicen que no pueden llorar. Los niños pequeños aprenden a contener las lágrimas al reprimir la respiración.
Al empezar a respirar profundamente en momentos de tristeza date permiso a las lágrimas, sollozos, y, al fin, el alivio.
Necesitamos recordar siempre que las lágrimas no son tristeza sino el desahogo de la tristeza. Si no podemos desahogar la tristeza, resultamos con depresión. A veces pensamos que si empezamos a llorar que nunca vamos a poder terminar de llorar. Entonces debemos desahogar nuestra miedo a llorar. Si, vamos a poder parar de llorar.
Lo mismo pasa con con el temor. Algunas personas se quejan del sudor frio en sus manos, pensando que este indica algún trastorno. En realidad, el sudor frio es una respuesta natural del cuerpo para desahogar el miedo, junto con el temblor y la risa. Cuando empezamos a temblar, nos asusta porque sentimos afuera del control, pero la realidad es que estamos desahogando el miedo. Si no desahogamos nuestro miedo, resultamos con ansiedades. Entonces podemos darnos permiso a temblar, sudar y reírnos. Así enfrentamos con más valor los desafíos de la vida.
En muchas situación no es aceptable desahogar el enojo, especialmente para las mujeres. Muchas mujeres lloran en vez de enojarse.
Este tipo de desahogo se puede recuperar también. Pegar una almohada, a la cama, escribir o dibujar nuestros enojos son formas de desahogar el enojo que no lastiman a nadie. Los ejercicios de karate son efectivos también.
Después de desahogarse, es más fácil decidir sobre acciones que podemos tomar ante una situación en particular.
Hay otras formas, también, que el cuerpo tiene para desahogar el enojo, por ejemplo, el sudor caliente y la risa. Recordemos que el berrinche no es enojarse. Es desahogar el enojo.
Cuando eres adulto nos toca re-aprender a reconciliarnos con nuestras emociones básicas. El desahogo es nuestro amigo. Podemos conversar con nuestras emociones, dibujarlas, cantarlas y bailarlas, según la inspiración del momento. Podemos reconocer el desahogo presente en los deporte, juegos y en los ejercicios. El desahogo es saludable. Nos toca reintegrarlo en nuestras vidas.
También las emociones nos dan pistas para entender lo que necesita sanación en nuestra vida. Cuando sentimos una emoción fuerte en una situación no tan fuerte, a veces indica que una memoria del pasado esta surgiendo. Podemos preguntarnos: “¿Cuándo me pasó algo similar en mi niñez o adolescencia?” “Esta persona me recuerda de alguien o algo que en mi pasado que me lastimó?” El primer paso para sanar es reconocer el evento o las palabras que nos lastimaron. Hablar sobre estas cosas con alguien de confianza, como el psicoterapista, ayuda reconciliar con el trauma original, reconocer sus efectos en nuestra vida, soltarlo y seguir adelante.
Debemos aprender a cambiar nuestra forma de pensar, crear nuevas formas de expresarse. Nos cuesta expresarnos tanto que muchas veces sentimos la necesidad de explotar, pero con suficiente desahogo, podemos decir lo sentimos con más tranquilidad y con menos probabilidad de lastimar a la otra persona. También el poder desahogarnos despierta nuestra propia compasión con los demás y despierta la compasión de otros con nosotros. Dejarse ser vulnerable da miedo pero puede fortalecer las relaciones humanas.
Entonces, podemos tomar el ejemplo de los bebés en nuestra vida. Llorar cuando estamos tristes, temblar cuando tenemos miedo y hacer berrinche cuando nos enojamos. Como adultos podemos hacerlo en las formas saludables que deseamos. Debajo del enojo, la tristeza y el miedo vamos a encontrar fuentes de paz, de alegría y de amor que pueden darnos una capacidad inmensa para disfrutar la vida y manejar cualquier situación con gracia.